martes, 12 de septiembre de 2017

En 1900 La Línea abandonada por el Estado "vamos como ahora"







Con el título de «El enemigo en casa», publicó «El Liberal de Madrid»«El Grano de Arena» con el nombre «Recortes» las siguiente línea alas que le llamaban la atención a los lectores con verdadero interés.

“Todos los días y a todas horas se oía la mismo alerta. Había que fortificar las islas, había que guardar las fronteras, había que artillar las costas.

Y el problemático enemigo que tanto daba que decir y que temer, estaba, desde hacía tiempo antiguo, dentro de nuestra casa. Tan excelente como numerosos eran los planos y proyectos encaminados a defender de una posible agresión el Campo de Gibraltar, las Baleares, las Canarias y el litoral de Galicia. Pero creían que esos importantes trabajos necesitaban un complemento con un estudio detallado do los medios, instalaciones, propiedades, elementos y recursos con que contaban ya en nuestro territorio aquellos de quienes se recelaba que más o menos
pudieran y quisieran usurpárnoslo.

Fijándonos en el Campo de Gibraltar, ya que a ello les convidaba una muy notable carta,  publicada semanas atras, en La Opinión por un observador tan patriota como discreto. Había que ver lo que había adelantado la conquista civil, en tanto que aquí se discutía sobre el calibre de las piezas y la forma de los atrincheramientos con que se tenía que repeler las futuras conquistas militares.

Algeciras, La Línea, San Roque, Los Barrios y Tarifa, pueblos que cubren el campo de Gibraltar y circundan la célebre plaza inglesa, tenían una población de más de 78.000 españoles. Para esos 78.000 españoles mantenía España siete escuelas. Y pasaban de treinta las que, a título de propaganda religiosa, costeaban varias Sociedades británicas en los pueblos referidos.

A las nuestras asistían unas cuantas docenas de alumnos, en su mayor parte niños; a las extranjeras millares de discípulos, en su mayor parte jóvenes.

En el apiñado barrio de la Tunara, situado en las playas de Levante y bajo la jurisdicción del Ayuntamiento de La Línea, los dos solos edificios del Estado eran la casilla de consumos y la del resguardo de Carabineros. Inglaterra, en cambio, había establecido una capilla evangélica y una escuela de primera enseñanza. No sabían si a la capilla acudían muchos mayores de edad; lo que si se sabía era que todos o casi todos los párvulos del barrio, concurrían a la escuela.

La villa de La Línea de la Concepción, cuyos habitantes pasaban de 38.000, carecía de Hospital; como siempre estaba llena de miles de infelices que buscaban trabajo, a cada paso se observan en ella escenas dolorosas. La enfermedad es compañera del hambre y causa no pocas  bajas entre los desdichados obreros.  Pues bien; el Gobierno inglés ofrecía asilo en sus Hospitales de Gibraltar a los enfermos y a los inválidos que no lo encuentran en La Línea.

Algo todavía más negro. Un virtuoso sacerdote, animado por espíritu ferviente de caridad y por el deseo de evitar a la Patria tales sonrojos, trató de fundar un Hospital y solicitó del Gobierno español un trozo de terreno yermo en donde erigirlo. Se le contestó con una negativa rotunda en atención a que el sitio podía ser útil algún día al ramo de Guerra.

Y —¡cosa inaudita!— en el mismo sitio construyeron una hermosísima finca de recreo cierta familia británica. Y fue construida con el permiso de nuestro Gobierno.

De Gibraltar a La Línea había medio kilómetro de carretera. Los 250 metros de la jurisdicción inglesa, estaban orlados de árboles frondosos y tersos, frescos y limpios como la acera de una calle. No bien se entraba en el trayecto español (que corría a cargo de la "Diputación de Cádiz”), los baches parecían abismos y se podía medir por toneladas el polvo y la basura.

Ante hechos de tal naturaleza, que a la vez se metían por el alma y por los ojos, no había cañones ni baterías que valgan. Aunque estuvieran fortificadas por un nuevo Vauban, Sierra Carbonera y Algeciras,  por la escuela, por la fábrica, por la iglesia, por el Hospital y por los mil boquetes abiertos de par en par al trabajo y al espíritu, entrarían, como desde hace años venían entrando, los invasores.

Protestaban a menudo contra las concesiones otorgadas a la Compañía inglesa del ferrocarril que cruzaba aquellos pueblos y no se advertía que semejantes concesiones, aunque indebidas, carecían de importancia frente a los datos arriba expuestos y que aquí pasaban por pecados menudos.

Aunque Sierra Carbonera y Algeciras fueran soberbios acorazados de primera, por el Hospital, la escuela y la capilla protestantes entrarían los invasores; es decir, por el art. 11 de la Constitución; por la inicua tolerancia de cultos, que en la práctica es escandalosa libertad, por el boquete que se abrió en nuestra unidad católica y que fue efectivamente el primer paso en la decadencia y ruina de España.”

Bibliografía: El Liberal del miércoles 26 de septiembre de 1900

                     El Grano de Arena del 13 de octubre de 1900


Luis Javier Traverso
La Línea en Blanco y Negro

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