Con el título de «El enemigo en casa», publicó «El Liberal de Madrid» y «El Grano de Arena» con el nombre «Recortes» las siguiente línea alas que le llamaban la atención a los lectores con verdadero interés.
“Todos los
días y a todas horas se oía la mismo alerta. Había que fortificar las islas,
había que guardar las fronteras, había que artillar las costas.
Y el problemático
enemigo que tanto daba que decir y que temer, estaba, desde hacía tiempo
antiguo, dentro de nuestra casa. Tan excelente como numerosos eran los planos y
proyectos encaminados a defender de una posible agresión el Campo de Gibraltar,
las Baleares, las Canarias y el litoral de Galicia. Pero creían que esos importantes trabajos
necesitaban un complemento con un estudio detallado do los medios,
instalaciones, propiedades, elementos y recursos con que contaban ya en nuestro
territorio aquellos de quienes se recelaba que más o menos
pudieran y quisieran usurpárnoslo.
pudieran y quisieran usurpárnoslo.
Fijándonos
en el Campo de Gibraltar, ya que a ello les convidaba una muy notable carta, publicada semanas atras, en La Opinión por un
observador tan patriota como discreto. Había que
ver lo que había adelantado la conquista civil, en tanto que aquí se discutía
sobre el calibre de las piezas y la forma de los atrincheramientos con que se
tenía que repeler las futuras conquistas militares.
Algeciras, La Línea, San Roque, Los Barrios y
Tarifa, pueblos que cubren el campo de Gibraltar y circundan la célebre plaza
inglesa, tenían una población de más de 78.000
españoles. Para esos 78.000
españoles mantenía España siete escuelas. Y pasaban de treinta las que, a
título de propaganda religiosa, costeaban varias Sociedades británicas en los
pueblos referidos.
A las
nuestras asistían unas cuantas docenas de alumnos, en su mayor parte niños; a
las extranjeras millares de discípulos, en su mayor parte jóvenes.
En el
apiñado barrio de la Tunara, situado
en las playas de Levante y bajo la jurisdicción del Ayuntamiento de La Línea, los dos solos edificios del Estado eran
la casilla de consumos y la del
resguardo de Carabineros. Inglaterra, en cambio, había establecido una
capilla evangélica y una escuela de primera enseñanza. No sabían si a la
capilla acudían muchos mayores de edad; lo que si se sabía era que todos o casi
todos los párvulos del barrio, concurrían a la escuela.
La villa de La Línea de la Concepción, cuyos habitantes pasaban de 38.000,
carecía de Hospital; como siempre estaba llena de miles de infelices que buscaban trabajo, a cada
paso se observan en ella escenas dolorosas. La enfermedad es compañera del
hambre y causa no pocas bajas entre los
desdichados obreros. Pues bien; el
Gobierno inglés ofrecía asilo en sus Hospitales de Gibraltar a los enfermos y a
los inválidos que no lo encuentran en La Línea.
Algo
todavía más negro. Un virtuoso sacerdote, animado por espíritu ferviente de
caridad y por el deseo de evitar a la Patria tales sonrojos, trató de fundar un
Hospital y solicitó del Gobierno español un trozo de terreno yermo en donde
erigirlo. Se le contestó con una negativa rotunda en atención a que el sitio
podía ser útil algún día al ramo de Guerra.
Y —¡cosa
inaudita!— en el mismo sitio construyeron una hermosísima finca de recreo cierta
familia británica. Y fue construida con el permiso de nuestro Gobierno.
De
Gibraltar a La Línea había medio kilómetro
de carretera. Los 250 metros de la jurisdicción inglesa, estaban orlados de
árboles frondosos y tersos, frescos y limpios como la acera de una calle. No bien
se entraba en el trayecto español (que corría a cargo de la "Diputación de
Cádiz”), los baches parecían abismos y se podía medir por toneladas el polvo y la
basura.
Ante hechos
de tal naturaleza, que a la vez se metían por el alma y por los ojos, no había
cañones ni baterías que valgan. Aunque estuvieran fortificadas por un nuevo Vauban,
Sierra Carbonera y Algeciras, por la escuela, por la fábrica, por la
iglesia, por el Hospital y por los mil boquetes abiertos de par en par al
trabajo y al espíritu, entrarían, como desde hace años venían entrando, los
invasores.
Protestaban
a menudo contra las concesiones otorgadas a la Compañía inglesa del ferrocarril que cruzaba aquellos pueblos y no se advertía que semejantes concesiones,
aunque indebidas, carecían de importancia frente a los datos arriba expuestos y
que aquí pasaban por pecados menudos.
Aunque Sierra Carbonera y Algeciras fueran
soberbios acorazados de primera, por el Hospital, la escuela y la capilla protestantes
entrarían los invasores; es decir, por el art. 11 de la Constitución; por la
inicua tolerancia de cultos, que en la práctica es escandalosa libertad, por el
boquete que se abrió en nuestra unidad católica y que fue efectivamente el
primer paso en la decadencia y ruina de España.”
Bibliografía: El Liberal del miércoles 26 de
septiembre de 1900
El Grano de Arena del 13 de octubre de 1900
Luis Javier Traverso
La Línea en Blanco y Negro